9.5.07

Diarmuid & Grania


Nota: El siguiente cuento es un extracto de la leyenda de Diarmuid y Grania, del ciclo feniano, una de las sagas más importantes de la mitología celta. El capítulo 1 lo he reescrito a mi manera, intentando seguir el estilo de las sagas (un poco "de oídas", como debía hacerse realmente), el capítulo 2 lo he escrito en un estilo más contemporáneo e introspectivo para poder ahondar un poco en los personajes y el capítulo 3 lo he traducido literalmente de las "fuentes", en este caso de la ed. de Lady Augusta Gregory (s.XIX). Lo que aparece en cursiva esta extraído directamente de ésta. Como sucede con todas las leyendas, existen varias versiones de esta historia. Ésta es sólo una de ellas.

Dedicado a Luis Tolkien, (Leprechaun's Hole)

CAPÍTULO 1 – Como toda la vida en un día


Ahora bien, todos los asistentes parecían felices en el fuerte de Fionn y estaban allí los mejores de los Fianna y las más hermosas mujeres de toda Irlanda. Todos estaban felices excepto Grania, hija del rey Cormac, que sentía la sangre en su corazón amarga y vuelta contra Fionn, pues era su prometido para ella como un leño sin savia que desea adherirse a la hiedra joven y compartir su fuerza ascendente, viejo y gris como piedras que envidian al río y su corriente, pero no pueden alcanzarlo en su transcurso.

Los Fianna se encontraban entonces reunidos a la mesa festiva, los más poderosos y admirados de ellos. Y de entre todos había uno que tenía un azul brillante en los ojos y los cabellos oscuros le nacían bajo un casco que siempre llevaba ceñido sobre su frente y Grania ya se había fijado en él y en su figura apuesta durante la mañana, porque había marcado tres goles en el partido de hurling.

- ¿Quién es el hombre de las dulces palabras, con el pelo oscuro y las mejillas del color de la baya de serbal? – preguntó Grania al druida de Fionn.
- Ese es Diarmuid, nieto de Duibhne. Y dicen que es el mejor amante de toda Irlanda.
- Esa sería una buena compañía – dijo Grania.


Y le pareció a Grania que cuando él hablaba era como si una ola acariciase la arena de una playa, y así como se observa el vaivén del mar, interminablemente, así le observaba también ella, fascinada.

Ahora bien, la razón para que el casco estuviera siempre ceñido sobre su frente era que Diarmuid tenía una marca, un lunar que la Juventud había puesto sobre él, y ninguna de las mujeres que la veían podía evitar darle su amor. Y por eso él la llevaba siempre oculta y a salvo de todas las miradas.

Pero justo al término del banquete, los perros comenzaron a pelearse fuera, a causa de la carne que les habían echado, y Diarmuid salió fuera para separarlos y Grania le siguió sin que nadie lo supiera. Y cuando él estaba separando a los perros, el casco se le cayó y Grania, que le estaba mirando, sintió toda la vida en un solo día y se enamoró de él hasta el final de la vida y el tiempo y fue incapaz de darle su amor a ningún otro que no fuera él.


CAPÍTULO 2 – El agua es más osada que tú


Diarmuid se levantó muy temprano en la mañana y se acercó a la orilla del río. Llevaban muchos días de viaje, no podía ya recordar cuántos. Sentía nostalgia de ver a su gente y a sus camaradas, los mejores de entre los Fianna, sus queridos amigos Oisín y Osgar y Conan y Caoilte, por quienes había derramado lágrimas del tamaño de bayas silvestres al despedirse.

Acarició su espada, cuyo único oficio era ahora el de proteger a aquella mujer y a sí mismo del que una vez fuera su líder: el hombre al que había jurado lealtad, su amigo… Fionn el poderoso, devorado ahora por celos que eran como púas venenosas en el lomo de un jabalí encantado, lanzado en pos de ellos en una persecución interminable.

No había sido culpa suya, no tenía nada que reprocharse a sí mismo, era evidente para todos los Fianna. Grania había impuesto inquebrantables lazos druídicos sobre él, votos para los que no había resistencia posible. Sus propios amigos le habían recomendado la fuga ante la fuerza de aquéllos, pero no dejaba de ser una traición mayúscula contra el que fuera su protector y capitán.

Tomó el pan sin romper y la carne sin tocar y las depositó cuidadosamente donde sabía que Fionn y los Fianna, en su persecución, podrían encontrarlos. Al menos podía seguir haciendo aquello. Dejar aquella señal de lealtad a Fionn, aquel signo de que no había tocado a su prometida. Grania podía forzarle mediante sus malos vínculos a que la llevase lejos del reino, en una huída desesperada y sin final, pero no podía obligarle a nada más. Y él ya le había advertido que no era como esposa que se la llevaría. Al menos le quedaba eso.


Grania le miraba mientras hacía esto, desde la otra margen del río, y se llenaba de sentimientos contradictorios hacia él. La lealtad que Diarmuid le profesaba a Fionn se interponía entre ellos cortante como el borde de un acantilado, que impide abruptamente el beso de la ola y la arena y endurece a las dos partes, convirtiendo a la tierra en roca áspera y al mar en un violento romper de espuma blanca. Cada noche él le preparaba una cama en mitad del bosque, bajo los cromlechs o en las copas de los abedules, cada noche más hacia el oeste, más lejos de Tara y de los punzantes celos de Fionn, pero jamás se quedaba a su lado, jamás sus dedos habían tenido intención de recorrer el cuerpo de ella, virgen todavía, y aquello la atormentaba y su corazón era víctima de una gran pasión por él.

Pasaron la mañana caminando trabajosamente por la orilla opuesta del río; cambiarse de margen hacía su rastro más difícil de seguir para su perseguidor, y se detenían a descansar cuando Grania ya no podía continuar del agotamiento.

Viéndola reposar allí, extenuada sobre la roca, Diarmuid recordó las penurias de las últimas semanas. Las veces que la había salvado de la furia de los Fianna, de los perros asesinos de Fionn, la cantidad de buenos hombres que habían tenido que caer para evitar que ella se viera obligada, en el mejor de los casos, a cumplir un destino que aborrecía al lado del anciano capitán. Protegerla, alimentarla, conseguirle refugio, se había convertido en la única razón de su existencia. Él que en otro tiempo se había dedicado a emprender hazañas guerreras, a servir a Irlanda y a hacerse un nombre entre los guerreros, consiguiendo contarse entre los mejores de ellos a pesar de su juventud, ahora pasaba los días y las noches pendiente de una sola mujer, indefensa como una cierva huyendo de perros cazadores. Grania era hermosa y joven. No tenía culpa. Había visto la marca de amor en su frente y eso era lo que la había llevado a cargarle con aquella maldición: la del exilio perpetuo, la tristeza apátrida, la separación de todo lo que él amaba. Y eso la incluía a ella misma, que se estaba haciendo dueña de su corazón lentamente pero que debía permanecer lejos, como un destino inalcanzable.

Grania entonces terminó de cruzar el río de vuelta, pues ya era mediodía y era entonces cuando solían cambiarse nuevamente de margen para comer, y cuando estaba terminando de cruzar sobre un leño, la corriente de agua le salpicó los muslos.

- Mira, el agua es más osada que tú – le reprochó ella. Y él no le devolvió respuesta pero por dentro sentía encender su sangre contra ella porque no era por falta de deseo que no la hacía suya, sino por lealtad y respeto al que hubiera sido su capitán y, que ahora, por ella, se había convertido en enemigo.

Pescó salmón para comer, lo limpió y lo puso a asar mientras que la princesa descansaba y en toda la comida no se dirigieron una sola palabra.


CAPÍTULO 3 – La discusión


Y entonces ella y Diarmuid marcharon otra vez y pararon por un tiempo en una cueva que estaba cercana al mar.

Y aquella noche, cuando estaban allí, llegó una gran tormenta, así que fueron a la parte más lejana y profunda de la cueva. Pero aunque la noche era muy mala, uno de los hombres de los Fomor, Ciach el fiero era su nombre, llegó desde el oeste del océano en un currach, con dos remos y paró en la cueva para refugiarse. Y Diarmuid le dio la bienvenida y se sentaron juntos a jugar al ajedrez. Y (Ciach) consiguió lo mejor de la partida y lo que pidió por sus victorias fue a Grania por esposa, y puso sus brazos alrededor de ella como si se la fuera a llevar. Y Grania dijo: “He estado marchando por mucho tiempo con el tercer mejor hombre de los Fianna, y nunca se me ha acercado tanto como tú ahora”.

Y Diarmuid tomó su espada para matar a Ciach y hubo una gran ira en Grania al ver esto, y tenía ella un cuchillo en su mano y se lo clavó a Diarmuid en el muslo. Y Diarmuid puso fin al Fomor, y no dijo ni una palabra a Grannia sino que salió corriendo a través de la tormenta.

Y Grania fue siguiéndole y llamándole, pero él tenía mucha furia en él (1)
y no la respondía. Y finalmente, al romper el día ella le alcanzó, y entonces escucharon el llanto de una garza y ella le preguntó qué es lo que había hecho a la garza gritar.

“Dímelo –dijo ella - nieto de Duibhne, al que le di mi amor”, Y Diarmuid dijo: “Oh, Grania, hija del Alto Rey, mujer que nunca dio un paso correctamente, es porque está congelada hasta los huesos que grita así”. Y Grania le pidió perdón, porque él le estaba haciendo reproches, y esto fue lo que él le dijo: “Oh, Grania, del cabello hermoso, aunque seas más hermosa que el árbol verde florecido, tu amor pasa de largo tan rápido como la nube fría al comienzo del día. Y me estás pidiendo algo muy duro ahora”, le dijo, “y es una pena lo que me dijiste, Grania, porque fuiste tú la que me llevó de la casa de mi señor, de la cual estoy prohibido hasta hoy; y ahora estoy en apuros a través de la noche, inquieto en todos los lugares”.

“Soy como el ciervo salvaje, o como una bestia extraviada, yendo siempre y para siempre a través de largos valles; hay en mí una gran nostalgia de ver a alguno de los míos”.
“Dejé a mi propia gente que eran más brillantes que la cal o la nieve; su corazón estaba lleno de generosidad hacia mí, como el sol que está sobre nosotros: pero ahora me persiguen enfurecidos, a todos los puertos y a todas las playas”.
“Perdí a mi gente por ti, y a mi señor, y mis largos y brillantes barcos en todos los mares; perdí mi tesoro y mi oro; es hambre lo que tú me diste a través de tu amor”.
“Perdí mi país y a mi familia; a los hombres que solían servirme; perdí tranquilidad y afecto; perdí a los hombres de Irlanda y a todos los Fianna”.
“Perdí placer y música; perdí mi buen hacer y mi honor; perdí a los Fianna de Irlanda, mis grandes parientes, por culpa del amor que tú me diste”
“Oh, Grania, blanca como la nieve, hubiera sido una decisión mejor para ti que me hubieras dado odio, o bien gentileza al Cabeza de los Fianna”.

Y Grania dijo: “Oh, Diarmuid del rostro como la nieve, como la falda de las montañas el sonido de tu voz era para mí más querido que todas las riquezas del líder de los Fianna”.
“El azul de tus ojos es más querido para mí que su fuerza, y su oro, y su gran salón; la marca de amor en tu frente es mejor para mí que la miel en los arroyos; la primera vez que miré en ella fue más para mí que todo lo que tiene el Rey de Irlanda”.
“Mi corazón cayó entonces aquí y allí ante tu alta belleza; cuando viniste hacia mí, fue como toda la vida en un día”
“Oh, Diarmuid, de las manos hermosas, llévame contigo al igual que antes; es conmigo que la culpa está enteramente; dame tu promesa de que nunca me abandonarás”.

Pero Diarmuid le dijo: “Cómo podría llevarte de nuevo, eres una mujer de demasiadas palabras; un día le diste tu palabra al Cabeza de los Fianna, y al día siguiente a mí, sin mentira ninguna”
“Fuiste tú la que me separaste de Fionn, de manera que caí bajo la pena y la tristeza; y querías dejarme ahora a mí mismo, ahora que estaba lleno de afecto (por ti)”.

Y Grania dijo: “No me dejes ahora de esta forma, con mi amor que crece por ti siempre como las ramas nuevas de un árbol con el amable calor duradero del día”.

Pero Diarmuid no se rendía a ella y le dijo: “Eres una mujer llena de palabras, y eres tú la que me ha entristecido. Te llevé conmigo y me has apuñalado a propósito del hombre de los Fomor”.

La dramática Belbulben, co. Sligo, lugar de la muerte de Diarmuid

Entonces llegaron a un lugar donde había una cueva, con agua fluyendo bajo ella, y pararon a descansar; y Grania dijo: “¿Tienes en mente comer pan y carne ahora, Diarmuid?

“Verdaderamente los comería si los tuviera”, dijo Diarmuid.

“Dame entonces un cuchillo”, dijo ella, “y yo te lo cortaré”.

“Busca el cuchillo en la vaina donde tú misma lo pusiste”, dijo Diarmuid.

Ella vio que el cuchillo estaba en el muslo donde ella le había apuñalado, porque no se lo había sacado él mismo. Así que ella se lo sacó; y sintió la mayor vergüenza que nunca vendría sobre ella.

Entonces descansaron en la cueva. Y al día siguiente cuando volvieron a emprender el camino, Diarmuid no dejó pan sin romper como había hecho cualquier otro de los días como símbolo para Fionn de que le había mantenido su lealtad, sino que fue pan roto lo que dejó detrás de él.



Tristán e Isolda en una ilustración de Delville, una leyenda similar, junto con la de Lancelot y Ginebra


(1) Esta expresión es propia del gaélico, en el cual a este tipo de verbos se le suele incluir el “orm” (en mí), “ort” (en ti), etc.: “tengo hambre en mí”, “tengo furia en mí”, “tengo afecto en mí”, etc.

Las imágenes de paisajes son de nuestro último viaje a Sligo, a excepción de la construcción megalítica "La cama de Diarmuid y Grania" (una de las muchas) que pertenece a Anthony Weir.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ese Luis Tolkien al que dedicas la entrada debe ser maravilloso, porque dedicarle semejante post tan bien escrito no está al alcance de todos :) Muchas gracias!

Enhorabuena por la entrada, me ha gustado muuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuucho y creo que me he quedado corto!!!

Lo que más ha sido la ambientación, como siempre Loreena McKennitt (la canción es de su último trabajo "An Ancient Muse") crea ese aire de misticismo propio de los celtas y que le viene como anillo -Tolkien- al dedo para el tema.

Belbulben me gusta aunque sea tenebrosa, casi me los imagino allí a ambos. De "Sligeach" (Sligo) me gusta que no llegue a ser ciudad pero que sea la segunda ciudad más grande después de Galway dentro de Connacht.

Muchos besos y saludos a ambos,
Luis Tolkien

P. D.: Respecto a la colina de Belbulben tengo un refrán que encaja, pues a ojos no expertos puede parecer una elevación más, pero...

"Ní mar a shíltear a bhítear"
("Las cosas no son lo que parecen")

Natalia Book dijo...

Un texto muy bueno. Me ha gustado. Siempre me ha interesado todo lo celta.
Saludos