3.10.07

La luz del Serengeti







El Serengeti, la llanura sin fin, estaba lleno de vida pero también de muerte.

Había sobre aquella luminosa y reveladora extensión una inquietante mezcla de libertad radical y de inmensidad desoladora, como una plataforma para que el hombre mzungu pudiera experimentar con la química del primitivismo, el instinto, la mística elemental, la ligadura de la tierra, todos ellos elementos que aún podía rastrear en el trazado de su herencia, como se rastrean los polvorientos caminos de la trashumancia, olvidados entre pueblo y pueblo, apartados de los mapas y sus arterias de asfalto.

El Serengeti parece ser un lugar definitivamente fuera de lo moral, siendo lo moral exclusivamente humano, un producto de nuestra mente. El Serengeti es, simplemente, y lo bueno y lo malo, lo cultural, queda fuera de sus luminosas fronteras, siempre vaporosas, siempre veladas en la distancia, protegidas en sus ínfulas oníricas, en la azulada niebla fría que da forma a sus montañas.

Esta ausencia de moralidad y del elemento humano no lo hace salvaje o peligroso, sino todo lo contrario: pacífico, armónico, inmutable, tan preparado para la clarividencia que en sus cielos se pueden distinguir perfectamente todos los estados atmosféricos. Los rayos del sol se vuelven físicos contra el lomo tormentoso de las nubes. Las lluvias se adivinan como telones ondulantes que emborronan las distancias y son corridos lentamente por una mano invisible al avanzar a través del cielo, como una manada de gigantescos elefantes que, parsimoniosos, recorrieran el paisaje en lontananza.

La luz del Serengeti es su elemento más característico y esencial, la delicia del ojo entregado a los placeres de las acuarelas y las veladuras pictóricas. Su tiempo inmutable se entretiene y naufraga en el galopar equilibrado y sinuoso, irreal de tan extraño, que tienen las jirafas, pierde su fuerza tránsfuga en la solidez de las patas de elefante, se estanca irremediablemente en las piscinas turbias de los hipopótamos y en los estómagos llenos de huesos de las hienas.

Cráneos aislados y remotos a lo largo del camino, empequeñecidos aunque significantes de esa naturaleza circular de la que a veces queremos separarnos, contrastan con los esbozos lejanos de formas montañosas, titanes volátiles como ala de Titania, como ala de libélula que se desvanecen, se evaporan, se desmayan en la distancia, exhaustos por el peso, dormidos en el bálsamo tse-tsé de la luz del Serengeti.
Texto: Ana B. Nieto
Fotos (Mburu, Masai Mara, Serengeti): Eladio López











1 comentario:

el moderno Prometeo dijo...

Uauh primita! Sin duda las fotos me gustan, pero tu descripción del Serengeti me ha transportado directamente allí. Gracias y felicidades al fotógrafo, a ver si colgais más fotos!