8.4.08

Carta abierta

Estimados Sres. de Iberia:
Como ustedes ya deben saber, durante el último trayecto que hicimos juntos las cosas no salieron exactamente como esperaba.
Me asignaron ventana, cierto, pero en la última fila del avión y en el único asiento que parecía tener algo parecido a un chicle negro y viejo pegado y que me obligó a mantener las piernas cruzadas durante toda la travesía. Habían pedido por megafonía que los pasajeros de cola embarcaran antes pero ustedes no hicieron distinciones al pasar la tarjeta, con lo cual resultó en un "tonto el último" que, en realidad, fue un "tonto el de la última fila", ya que tuve que esperar a que todo el mundo acomodara maletas, compras, abrigos, bebés... Para poder llegar hasta mi asiento (el del chicle). Mi compartimento superior lo encontré lleno de mantas y almohadas.
Tuve que colocar todas mis pertenencias sobre mis propios pies, cruzados, eso sí, para evitar apoyarme en el chicle. Tenía hambre ya al despegar, Sres. de Iberia. Llevaba casi dos días sin comer a causa de las cuatro horas de ingesta ininterrumpida de la boda del sábado. Sin embargo, ya había pasado y esperaba con impaciencia la hora de resarcirme. No había menú en la bolsita, junto a mis instrucciones de seguridad. Se lo pedí a la pasajera de al lado, que me respondió por señas. Leía una novela en flamenco. Pedí un periódico al azafato y me dijo que no tenían, sólo uno de Iberia que hablaba sobre nuevos motores y sobre las resoluciones de Bruselas acerca del uso de móviles a bordo. Bueeeno. Tenía sueño, así que decidí amodorrarme un poco, ante la falta de alicientes. Sabía que debía tener cuidado. No había dormido mucho últimamente y sé que el carrito de la comida no se detiene ante los durmientes. Había seleccionado el sandwich del día y no quería perderlo.
Me despertaron unas sacudidas de quitar el hipo (sólo el hipo, que no el hambre). Hacía mucho que no veía a un piloto tan torpe. Mientras el avión se balanceaba a un lado y al otro como el barco vikingo en una feria, pensé en la putada que debía ser irse al Otromundo con el estómago vacío y con ganas de comerte lo que sea. Recé dos padrenuestros. Rogué a Dios, que, lo que tuviera que ser, porque así estuviera dispuesto, por favor lo retrasase hasta que pasara el carrito de la comida. Las turbulencias se calmaron y el carrito despegó como una exhalación, corrió, voló por delante de mis ojos, con sus bocadillos al viento, hacia su destino en la cabecera del avión. Parecía ser que el piloto paquete sería el primero en comer y que le seguirían los tropecientos pasajeros que nos separaban a mí y a mi adorado sandwich. La flamenca de al lado trajo sus propias galletas y las engullía con gusto. No importaba porque mi momento llegaría. En mi mente, ascendí el sandwich. El del día ya no era suficiente. Pediría el sandwich Club. "Un día es un día".
La espera se me hizo eterna, pero, con gran esfuerzo, conseguí no dormirme. El carrito, a leguas de distancia, se acercaba poquito a poco hacia mí. La gente debía elegir, cambiar de opinión, pagar, recibir el cambio... La misma operación cientos de veces. El resto del vuelo transcurría y quedaban quince minutos para aterrizar pero ya casi lo tenía. Atendieron a los asientos al otro lado del pasillo, éramos los últimos. Veía dos bocadillos en el carro y me preocupé un poco pero me insistí en que no iban a acabarse, que los Sres. de Iberia habrían previsto bocadillos para todos los pasajeros, que tendrían más en los cajones del carrito, donde se ponían las bandejas cuando todavía daban una comida decente. Una señora parlanchina pidió un sandwich Club y despareció el único que había a la vista. Cambió de opinión y se llevó otro de queso. El sandwich Club reapareció milagrosamente. "Están jugando con mis sentimientos", me dije. El sandwich aparecía y desaparecía como el conejo de Pascua asomando por la madriguera. Ahora me ves, ahora no me ves. Un tipo extranjero lo pidió y se llevaron al conejo por las orejas, quedándome a mí sólo la Pascua. La que me habían hecho.
El azafato se volvió hacia mí.
- ¿Qué quiere?
- Un menú Club.
- No quedan. Se han llevado el último.
- Bueno, ¿qué tienen?
- No queda nada.
- ¿Nada? ¿Ningún bocadillo? ¿Ni sandwich? ¿Nada con pan?
- No hay nada de comer.
Analicemos la última conversación, como si fuera uno de estos listening de estos que ponen en las academias de inglés:
1. ¿Qué quiere?: ¿Crueldad intolerable o simplemente ineptitud emocional? Para qué me pregunta que qué quiero ¡Si ya tenía la respuesta preparada! Quiero un palacio en Granada, no te jode.
2. No quedan. Se han llevado el último: SE HAN LLEVADO. Mentira. No se lo han llevado. Esto no es un fenómeno natural, desconocido y misterioso. SE LO HAS DADO TÚ, que te he visto.
3. No queda nada. La Nada, el caos, la destrucción. Se cierne sobre mí. La gran Nada abrumadora.
4. No hay nada de comer.
Mencionó la palabra prohibida, se agarró a las asas del carrito, tomó carrerilla y desapareció por el fondo del pasillo, como un fantasma, una quimera, lo que nunca fue. El carrito pasó a ser humo y yo soy el único pasajero que se quedó sin comer. Miré al señor sandwich Club, a la señora del queso, a la flamenca de las galletas... Me imaginé levantándome y desparramando sus viandas, vaciando sus cocacolas, pisoteando sus patatas en el suelo alfombrado del pasillo. Espero que pasen en el baño el resto de sus miserables vidas. Me abroché el cinturón. "Ahora sí, Señor, ya se ha hecho lo que se ha podido. Haz lo que tengas que hacer".
Mientras caíamos en picado, con las sacudidas y los bandazos, mientras las mantas y almohadas caían por toneladas desde el compartimento superior, miraba con satisfacción a los aterrados pasajeros, en especial a los ya mencionados: "Ahora que, ¿eh? ¿De qué os sirve estar ahora en las primeras filas? Ya sabéis lo que dicen sobre el reino de los cielos: los últimos serán los primeros".
Me jode, Sres. de Iberia. Me jode haberme muerto sin hincarle el diente a su sandwich ¡Si hasta a los condenados se les concede una última comida! Si me reencarno alguna vez les voy a poner una larga queja en su buzón de sugerencias. Todos los pasajeros deben tener opción adquirir su sandwich, independientemente de su raza, edad, sexo y localización dentro del aparato. Para colmo me han perdido el equipaje. Viendo cómo quedo el aparato al estrellarnos no creo que ya lo encuentren. Estoy muy decepcionada con ustedes. Con tanto zarandeo, durante el siniestro se me pegó el chicle a la falda y, como pueden imaginar, aquí no hay tintorías. Tampoco cafeterías, ni restaurantes, como se pueden imaginar.

Atentamente,

Pasajero 24 A.-

(Basado en hechos reales)

4 comentarios:

FER dijo...

Iberia, Iberia... Mira que yo soy bastante tranquilo, pero estos de Iberia tienen en el don de conseguir encontrar lo peor que hay en mí... Si yo te contara...

Anónimo dijo...

Ya sabes lo que me ocurrió en Irlanda. No sabía que tenías tanto carácter! ;) Enemigos de Kitiara cuidadooo

Besos,
Luis :)

Sis dijo...

Mi último viaje con Iberia salió con 5 horas de retraso y, encima, el personal de tierra nos trató como si fuera nuestra culpa. Por supuesto, no nos pagaron nada ni nos devolvieron el dinero del billete ni nada que se le pareciera mínimamente.

Para que nos traten así de mal, mejor vamos en una de low cost, que por lo menos nos sale barata!

besines!

Luis Antón dijo...

Bah, un sandwich... Iberia tiene torturas muuuucho peores, aunque puede que no tan sutiles como matar de hambre a los pasajeros.

O sí, puede que sí, porque de hecho el comprar comida en un vuelo de esos es, literalmente, "pan para hoy, hambre para mañana". Por lo que te cuesta un sandwich en un avión podrías comer como un rajá durante días :D